Como socio del Real Valladolid, pocas veces he disfrutado
tanto en Zorrilla como con las exhibiciones de fútbol del alemán Patrick Ebert
el año pasado. Y pocas veces he visto en los últimos años tanta unanimidad a la
hora de corear un nombre por parte de la afición. Era simplemente acercarse a
sacar un córner y el estadio gritaba, enfervorecido, su nombre. Pero el pasado
sábado 25 de enero, en un día de partido contra el Villarreal, con el equipo en
puestos de descenso, Ebert se negó a jugar para forzar su marcha del equipo. Ante
la no fructificación de las negociaciones, él mismo decidió rescindir
unilateralmente su contrato el 7 de febrero para marcharse al Spartak de Moscú
(si bien el asunto aún no está claro).
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¿Cómo un profesional
con tantas condiciones puede acabar así? (y no es la primera vez).
Si atendemos al celebérrimo modelo de inteligencia emocional
de Daniel Goleman, la situación de Patrick Ebert es un caso paradigmático de
falta de la misma. A medida que se iba desarrollando el “Caso Ebert”, el libro
“La Práctica de la Inteligencia Emocional” me venía una y otra vez a la cabeza
por las numerosas similitudes con los ejemplos negativos que Goleman muestra en
su obra. Por citar algunos ejemplos:
- Ha demostrado una enorme falta de autocontrol. El Real Valladolid es un club vendedor, que por su situación económica se ve obligado a desprenderse de sus mejores jugadores. Su conducta en este sentido (con reuniones secretas, negándose a jugar etc.) es un claro ejemplo de falta de autocontrol, y de deslealtad al club que lo sacó del olvido.
- Su falta de empatía ha sido alarmante. Empatía hacia sus propios compañeros de equipo, inmersos en una dinámica negativa, jugándose el futuro. Empatía hacia una afición que necesita de líderes sobre el terreno de juego, un papel que él estaba destinado a desempeñar.
- Falta de habilidades sociales. Hasta el punto de que sus propios compañeros lo han calificado como poco menos que un cáncer para el vestuario, señalando que no hablaba con ellos etc.
Y son muchos más los aspectos que se podrían sacar a
colación: marca personal, liderazgo, etc. La moraleja de toda esta historia es
clara: no bastan las competencias técnicas para triunfar, incluso poseerlas en
un alto grado no es garantía de nada, si no se tienen y se desarrollan
adecuadamente las competencias emocionales. ¿Hay muchos Patrick Eberts en
nuestras organizaciones?
Efectivamente, un claro ejemplo de inteligencia emocional. Mi pregunta es: ¿por qué lo contrataron sabiendo sus antecedentes? ¿Por qué lo contrata ahora su nuevo equipo? En una empresa es más difícil tener los antecedentes, pero en el deporte mediático no lo es. La ha liado en todos los equipos y ahí sigue.
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