Hagamos un juego. Durante un minuto deberás evitar pensar en tu móvil. Nada de móviles en la cabeza. Me refiero a tu móvil o a cualquier otro móvil físicamente hablando (con su manzanita mordida o cualquier otro logo), por fuera, sí, pero también a la configuración de las aplicaciones, esos cuadraditos con colores que se distribuyen por la pantalla. Nada de pensar en la estructura de tus aplicaciones, ni la forma de tu móvil. Lo tienes ¿no? A partir de ahora, dispones de un minuto exacto para ello. Prepara tu cronómetro y si no piensas en tu móvil, ¡ganas! ¿Preparado?
¡Adelante! Deja pasar un minuto.
Probablemente no hayas dejado pasar el minuto sino que simplemente has pasado a la siguiente línea. No tengo nada más importante que hacer que pararme a pensar un minuto ¿verdad? Si es así, puedes replantearte el seguir leyendo, o dejar de hacerlo. Para aquellos que lo hayan intentado difícilmente han conseguido acabar ese minuto sin pensar en un móvil, una marca de móviles o una aplicación cualquiera ¿Por qué?
En primer lugar, porque el mecanismo de detección de la norma que pone en marcha su cerebro necesita tener activo de alguna forma ese concepto de móvil para saber si ha cometido la infracción o ha ganado.
En segundo lugar, lo más probable es que hayas formulado la frase en términos de “Venga, es fácil. No pienses en el móvil”, de manera que al formularlo en negativo ya estás reforzando el propio concepto que quieres rechazar, en cierto modo lo buscas, de hecho ¿Has mirado tu móvil justo antes o mientras dejabas pasar el minuto?
En la década de los 20, la psicóloga Bluma Zeigarnik se interesó por un fenómeno extraño al observar cómo los camareros eran capaces de recordar una larga lista de pedidos pendientes con relativa facilidad pero no eran incapaces de recordar las consumiciones que acababan de servir o mostraban serias dificultades para ello. Posteriormente ahondó más en lo que hoy se conoce como efecto Zeigarnik, entendido como la facilidad de las personas para recordar tareas inacabadas o interrumpidas con mayor facilidad que las que ya han sido completadas.
Digamos que cuando dejamos una tarea sin acabar nuestro cerebro experimenta elevados niveles de ansiedad orientados a seguir activando en nuestra memoria de trabajo esa tarea… hasta que la hayamos terminado.
Cada interrupción ocupa un poco de tu atención, haciendo que te cueste más esfuerzo concentrarte en la tarea actual.
Aplicado al caso que se planteaba al principio, cuando tengas en tu cabeza dos, tres, cinco o más tareas probablemente debas inhibir varias de ellas para focalizar tu atención primero en una. El principal problema que tendrás es que no querrás despegarte de las otras tareas mientras realizas la primera y durante la misma añadirás pensamientos tales como: “recuerda escribir… a...”; “tengo que termina lo otro antes de…”, etc. Cuando las tareas sean relativamente pocas, avanzarás sobre ellas sin problemas. Cuando las tareas sean varias y además complejas ese amontonamiento de tareas producirá cierta ansiedad que puede acabar, muy probablemente lo haga, en procrastinación: es decir, en tareas inacabadas.
Aparentemente, los dos experimentos citados no guardan ninguna relación entre sí pero si se lee atentamente, en el caso del móvil se observa que cuando una persona tiene muchas cosas en la cabeza le cuesta barbaridades dejar de pensar en algunas de ellas si utiliza la herramienta de negación: No pienses en esto. Es algo así como “no te muerdas más las uñas”. Esta herramienta de control de pensamiento, aunque muy utilizada, puede ser la más inútil de todas las que se hayan planteado precisamente para el control de pensamiento. La clave está en focalizar la atención en la tarea adecuada.
El segundo caso, nuestra colega Zeigarnik, nos dice que cuando comenzamos varias tareas al mismo tiempo, aunque sea mirar el WhatsApp, contestar a un colega y volver al trabajo, se está generando un estado de activación mental que va a dificultar enormemente nuestra focalización en la tarea central que estamos realizando. En el caso de WhatsApp podemos considerarlo como una tarea permanentemente inacabada, dado que siempre podemos recibir un mensaje o siempre nuestra última frase puede ser contestada.
Todo esto nos remite hacia una organización de nuestro tiempo mucho más eficaz, orientada hacia la monotarea. Y para que no nos vayamos de aquí simplemente con un ligero movimiento de cuello, vamos a mencionar una herramienta eficaz que sin duda mejorará nuestra productividad:
La cosa es sencilla: Trabaja por bloques: Si recibes muchos correos electrónicos, destina un tiempo de tu mañana exclusivamente a leer y contestar correos. Si tu problema es WhatsApp, destina un tiempo de la mañana, distribuido en pequeños bloques a ojearlo, ¡pero nunca antes!
En una encuesta realizada por una consultora internacional de prestigio acerca de los factores que afectan a la productividad, se observó que el principal factor que mermaba la productividad de los encuestados era su dificultad para “enfocarse”. Así que te planteo otro juego: Durante el día de hoy debes trabajar sin mirar tu WhatsApp, o al menos sólo en los bloques que hayas previamente determinado. Si lo consigues ¡ganas! Si lo ves imposible: ¿Por qué no dejar el teléfono sin datos y, aquellos que puedan, en casa?
Qué interesante tu post. Me hace reflexionar en que hoy, en términos de comunicación, la línea que separa lo personal de lo laboral, es más delgada que nunca. Además, la entrada constante de estímulos visuales va más allá de las antiguas (sí, antiguas) llamadas de teléfono. Hemos pasado de la interrupción por vía auditiva a las interrupciones visuales. Y el desajuste al incorporar continuamente nuevos datos, hace del día a día laboral una tarea compleja. Situación que sólo podemos atajar, como bien dices en tu artículo, siendo conscientes de ello, y buscando recursos que nos ayuden a focalizar la atención, y autoorientarnos hacia la monotarea.
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