Una y otra vez oigo que estamos
en un mundo globalizado. Me temo que no llego a entender muy bien todo el
alcance este concepto, pero la mayoría de las veces, intuyo que se refiere a una
consecuencia de los nuevos sistemas de comunicación y transporte, que aproximan
a los habitantes de este mundo, de modo que permiten compartir nuestros
pensamientos y productos. Esto es aparentemente inocuo e incluso ventajoso,
pero genera un malestar intenso, debido a que nos muestra las desigualdades
sociales que se dan entre nosotros, no sólo en nuestro país, sino también a
nivel global.
Junto a este conocimiento, se da una falta de integración social entre
los países de la Tierra (podríamos también decir que a nivel nacional), hasta
cierto punto natural, pues no compartimos objetivo alguno.
Por otro lado, esto de la
globalización nos hace cada vez más interdependientes, queramos o no. Sin más
análisis remito al que le interese el tema, al artículo de Daniel Innerarity,
publicado en diario El País, el 15-2-16. En el mencionado artículo, observa que
la integración social que Durkhein veía necesaria en la sociedad de las
naciones del S. XIX, ahora se amplía a la sociedad global, a
todo el mundo, dado que el grado de conocimiento e interacción que entonces
había entre los habitantes de un país, es el que puede haber ahora entre los que
habitamos los países de la Tierra.
Y aquí arranca mi preocupación. En un mundo como el que habitamos, los conflictos son cada vez más diversos y
abundantes. Ante ellos, el hombre de esta época, necesita talento activo, imprescindible
para salir de las situaciones desconocidas en que se ve envuelto. Llegamos a la
conclusión de que en nuestra realidad, no sirven muchos de los
aprendizajes adquiridos y que hasta ahora nos resolvían la situación. Cada vez
es más necesario renovarlos continuamente, ¿Cómo?
Aquí empiezan las
dificultades, ya que ni los habitantes de nuestro país, ni las instituciones
sociales que nos orientan la vida, tienen previsto cómo afrontar la situación, porque
las circunstancias son tan cambiantes y diversas, que la complejidad crece
imprevisiblemente.
Pensando en estas dificultades
que ya encontramos ahora y en lo complicado que se les va a poner a nuestros
hijos y nietos, me llamó la atención un libro que recientemente ha publicado José
Antonio Marina: “Despertad al Diplodocus. Una conspiración Educativa para transformar la
Escuela… y todo lo demás”, ¿Acaso el anzuelo que me enganchó fue la
coletilla del título: “… una conspiración educativa para
transformar… todo lo demás”?
Es natural estar preocupado por
el rumbo que toma la evolución del contexto en que vivimos, y es triste dejarse
arrastrar a dónde nos lleve el oleaje sin hacer nada por nuestra parte, esperando
que vengan otros que lo arreglen. También es utópico pensar que esta
complejidad se reconducirá por sí sola a situaciones conocidas y que volveremos
de nuevo a nuestra zona de confort. O que la evolución de la sociedad, imprevista,
creciente y compleja que encontramos a diario, detendrá su “deterioro” en algún
momento más o menos próximo.
El libro no traza un plan concreto para
transformarnos y hacernos afines a la inesperada evolución de las pautas
sociales. Será una utopía, pero apunta maneras y provoca reflexiones,
confiando en que la educación facilite a las personas a sortear los escollos
del camino.
Basando su confianza en la educación de las personas, ve necesario
un comportamiento personal e institucional, que influya en todos los ámbitos de
la vida del hombre. Provocar este cambio de comportamiento no es sencillo y de
ahí que nos anime a todos a colaborar en la conspiración educativa. Recordad
que la educación es lo que ha hecho al hombre.
El autor advierte que los
cambios en un sistema complejo, como es la sociedad, no se consiguen con leyes,
ni con refuerzos de fronteras, ni con bombas más o menos precisas y
controladas, como pretenden muchos de los gobiernos actuales.
En un sistema
complejo, los efectos y las causas se invierten y revierten, hasta acabar
influyendo todo en todo. Nada es simple y no podemos esperar una respuesta
concreta ante un estímulo específico.
¿Qué es lo que podemos hacer en un sistema?
La idea es generar contextos en los que se aumenten las probabilidades de que suceda
algo que pretendemos. Y en esto de los contextos complejos, todos los que los
vivimos podemos (y debemos) colaborar.
El problema no es fácil,
empezando porque desconocemos en qué sentido tenemos que evolucionar, para
responder a lo que se nos viene encima. No sabemos lo nuevo que tenemos que
aprender para dar respuesta a la próxima situación que se nos presente: ¿Quién
decide los programas de aprendizaje? En el libro referido, Marina propone una
nueva ciencia, que se ocupe de estar alerta constantemente a los cambios, para
proponer los saberes que den posible respuesta a las nuevas circunstancias.
Respuestas orientadas por una razón compartida. Esto de razonar sobre los
problemas de forma constante, justifica un sistema educativo que proporcione la
educación que se requiere en condiciones cambiantes.
Al cabo, si el hombre ha
llegado hasta aquí, se lo debe al talento, talento que equivale a la razón
práctica aplicada en cada momento, a resolver los problemas que nos encontramos.
Pasaron ya los tiempos de calma, en los que el aprendizaje adquirido en unos
pocos años, normalmente de la juventud, valía para orientarse el resto de la
vida. Ahora ese aprendizaje ha de ser la preparación para una educación
permanente, que se mantenga a lo largo de toda la vida.
El libro de Marina propone
crear un sistema educativo (no sólo escolar), compuesto por muchas
instituciones a modo de centros neurálgicos que respondan a las necesidades del
hombre en la sociedad actual. En estos centros, el ciudadano tiene ocasión de
adquirir una educación permanente, ya que vive y actúa en algunos (o en muchos)
de ellos. Por eso el libro, después de los dos primeros capítulos a modo de
introducción, en los que anuncia lo complejo de la solución, junto a lo que
otros países y empresas han puesto ya en marcha, dedica cinco capítulos, a cada
uno de los cinco centros neurálgicos, cinco instituciones, en los que ve
posible la educación del hombre.
Él los llama motores del cambio, y son:
- La Escuela
- La Familia
- La Ciudad
- La Empresa
- El Estado
Con esto recoge todos los
ámbitos sociales en los que desarrollamos nuestra vida y termina con un epílogo
en el que presenta los grupos de trabajo activos de nuestro país.
En el libro, a pesar de que se proponen
acciones para todos y cada uno de los motores del cambio, se nota una tendencia
en la que subyace la preocupación por los docentes.
Sabiendo que en nuestro foro
nos leen muchos líderes de equipos, y convencido de que en el núcleo del
liderazgo está el papel de pedagogo, he querido recomendar la lectura de este
libro a todos, y principalmente a los que se preocupan del desarrollo de las
personas.
¿Acabaremos siendo
conspiradores educativos?