Hace
algunos años, cuando mi hija mayor cumplió los dos años, adquirimos la
costumbre de leer un poco antes de dormir. Me metía con ella en su cama y le
leía un cuento, hasta que se dormía.
Yo
me daba cuenta de que era muy pequeña para entender muchas de las palabras y
expresiones de esos cuentos, pero no se me escapaba también, que ella disfrutaba
con esos momentos. Atendía con sus ojos abiertos como platos cuando yo
dramatizaba algún pasaje del cuento, adquiriendo el tono del lobo malhumorado o
cuando imitaba la voz de una anciana.
Pero lo mejor, sin duda, es que acababa
por sucumbir al sueño y se quedaba profundamente dormida, momento en el que yo
aprovechaba para escurrirme como una anguila, fuera de su cama y comenzar mi
merecido descanso. Los padres que me estén leyendo, saben de lo que hablo.
Cuando
nació mi segundo hijo, continué con el mismo modus operandi. Pero me encontré
con algunas dificultades imprevistas. La diferencia de edad, (tres años),
provocaba que si elegía un cuento para la mayor, el pequeño se aburría ya que
no tenía capacidad para seguir la historia, y si era al revés, la mayor se
quejaba de que el cuento era para pequeñajos.
Así
que opté por leer un cuento a cada uno. Se puede decir que dupliqué mi tiempo
de proceso ya que mis clientes se duplicaron. Pero les proporcioné una
respuesta personalizada a sus necesidades concretas, y las quejas
desaparecieron.
No
recuerdo cómo ni cuándo pasó. Supongo que una noche, después de leerles los
respectivos cuentos, quizás estaban más nerviosos de lo habitual, o quizás es
que simplemente me apeteció. El caso es que apagué la luz y les conté una
historia por mi inventada. Supongo que con el propósito de que se fueran
tranquilizando y se durmieran.
La
cuestión es que les encantó. Y sin darme cuenta, caí en la inercia del “quiero más”.
Con
esa exigencia propia de los niños, esa insaciabilidad del ser humano que
siempre quiere más y una vez que consigue algo, al poco ya está deseando más
(cuestión ésta que a mi juicio ha resultado determinante en el éxito como
especie de los seres humanos – y que tenemos siempre en cuenta en las políticas
salariales, planes de carrera etc.) Pero esa es otra historia.
Así
que cada noche me demandaban cuento e historia. Dos cuentos y dos historias
para ser más exactos. A lo cual, como podéis imaginar, me negué en rotundo. Y
nos quedamos con dos cuentos y una historia. ¡¡¡¡Son insaciables y terribles
negociadores!!!
La
cuestión es que esta costumbre de cuentos e historias llevaba su tiempo, y
estaba provocando serios cambios en la dinámica familiar que hubo que
gestionar.
Lo
que era innegociable era la hora de dormir. Los niños deben dormir sus horas.
Por lo que tuvimos que ir poco a poco adelantando la hora de la cena, de volver
del parque, de la merienda, de las tareas, etc. O la otra alternativa era ser
más eficientes y no tardar 30 minutos de reloj en ponerse el pijama o lavarse
los dientes, no sé si me entendéis…
Hemos
tardado meses en llegar a la conclusión de que ser más eficientes convenía a
todos. Meses en asimilar la autodisciplina de que todos debemos ayudar y
responsabilizarnos de nuestras cosas, para así tener más tiempo para nuestros
cuentos e historias, pero poco a poco lo hemos ido consiguiendo.
A
parte de mejorar la eficiencia de nuestros procesos familiares, hemos buscado
sinergias positivas:
La
niña ha adquirido el saludable hábito de la lectura. Devora cualquier libro que
cae en sus manos. He tenido que poner un dispositivo de control parental en la
librería del salón, no os digo más.
El
vocabulario de ambos, me parece a mí que es más amplio que el de otros niños de
su edad. Su capacidad de comunicación también es mayor. Y argumentan y contra
argumentan eficazmente. Demasiado bien a veces!!!
Por
mi parte, os aseguro que el tener que inventarse cada noche una historia hace
que tu capacidad creativa se desarrolle bastante. Y le he encontrado utilidad
laboral ;-) Aunque reconozco que en ocasiones es agotador y tengo que recurrir
a viejas historias. Con 5 y 8 años ya se conocen de P a Pa la Iliada y la
Odisea, así como la mitología griega. Les encanta.
El
“cuento y la historia” se han
convertido, por su gran demanda, en moneda de premio y reconocimiento. La
“reciben” si se la han ganado en el día a día. Con su comportamiento, ayudando
a que lleguemos con tiempo y energía a esa hora de la noche en la que la
reciben. Y si uno se la ha ganado y el otro no, uno elige cuento e historia y
el otro no.
Además,
este rato que pasamos los tres juntos, se ha convertido en un momento íntimo.
En el que ellos, con las luces apagadas, me cuentan sus ilusiones, sus miedos,
sus éxitos y sus fracasos. Lo cual aprovecho para que me inspiren a la hora de
elegir o inventarme una historia. De manera que les sirva para aprender una
moraleja que les resulte útil, para quitarse los miedos, para animarles a
afrontar retos y subirles su autoestima o simplemente a conocer mejor la
esencia humana. Existen multitud de historias como las de Anthony de Mello por
citar a alguien, la misma mitología, parábolas, o cuentos que encierran
enseñanzas o mensajes positivos, o profundizan en los rasgos humanos y así
espero que estas historias contribuyan a mejorar su educación en emociones y
aumente con el tiempo su inteligencia emocional.
En
algún sitio leí que una buena manera de enseñar es a través de los cuentos, ya
que éstos abren las ventanas de la mente.
En
definitiva, a veces quiero creer que gestionar personas es contribuir a su
desarrollo integral, en habilidades y en valores. Desde el respeto absoluto a
su individualidad y de manera honesta y desinteresada.
No
importa el contexto. Da igual si son tus hijos o tus compañeros de trabajo.
Formación,
Escucha Activa (de la de verdad), entender sus necesidades y ver como confluyen
con las de la familia o la empresa, explotar su potencial, reconocerles el
esfuerzo, el trabajo, los resultados, recompensarles adecuadamente, crear
espacios de confianza, …, etc.
Esto
es a mi entender, el fondo de la cuestión y el objetivo primigenio de nuestras
funciones. El cómo hacerlo, es técnica y cada cual usa la suya.
¿Qué
opináis?