He tenido la suerte de tener una familia grande y en la que nos inculcaron el valor de la familia. El fin de semana pasado organizamos "El día familiar 2011": Ya no hacemos estas cosas habitualmente. Las excusas: vivimos en ciudades diferentes, tenemos otras familias, nuestros trabajos y formas de vida han cambiado mucho desde que éramos unos pequeñajos. Todo ha cambiado, el mundo ha cambiado, nuestros encuentros ya no son habituales pero cuando nos juntamos es como si no hubiera pasado el tiempo. Es más, después de muchos años, cada vez que nos reunimos incluso asumimos los mismos roles que cuando éramos pequeños, yo soy el primo de mayor edad y aún siento el deber de ser protector y ejercer de Padre con ellos..., con hombres y mujeres hechos y derechos que me podrían proteger mejor a mi que yo a ellos.
Durante esta semana he estado reflexionando sobre ello. ¿Donde se esconde la sensación de no haber pasado el tiempo en las relaciones interrumpidas? y ¿Cómo se puede realizar una transferencia al mundo empresarial o a nuestros tratos cotidianos?
Cuando nos juntamos con la familia a la que hace mucho tiempo que no vemos (ya solamente en acontecimientos muy señalados), con amigos del colegio que hace más de 20 años que no coincidimos (… joder que mayor soy), con los compañeros de la mili (pero mayor, mayor), etc. Tenemos la sensación de retomar la relación exactamente donde la dejamos, parece que no ha pasado el tiempo. Desaparecen las capas de la cebolla que ocultan a la persona que realmente somos. Desaparece nuestra capa falsa, nos quitamos la máscara de los clichés, de lo que queremos aparentar y surge nuestro verdadero yo, lo que en esencia somos y lo que éramos cuando compartíamos experiencias. Nuestras parejas y amigos cotidianos, si están a nuestro lado cuando encontramos a esas personas con las que compartimos esos depósitos emocionales, se sorprenden al vernos tan naturales comportándonos de otra forma a la que aparentamos ser todos los días, hablando sin máscaras y comunicándonos efectivamente, no sólo sabemos lo que decimos sino lo que queremos decir.
Ahora bien, la metáfora de la "cuenta bancaria emocional" con las personas que convivimos todos los días, o en nuestros trabajos requiere de reintegros constantes. La confianza que tenemos o que necesitamos de otras personas nos hace sentirnos seguros y la seguridad nos hace no caer en las fobias que nos vigilan a diario.
Si a nuestros jefes, empleados, compañeros, pareja, hijos,…les abrimos una libreta emocional en la que domiciliamos periódicamente ingresos de amabilidad, honestidad, verdad, compromisos, lealtad, amor,... cuando la necesitemos porque nosotros mismos hemos fallado en esa misma amabilidad, lealtad, verdad,…podremos obtener reintegros. Si en esa cuenta metemos más de lo que sacamos, tendremos saldo para poder realizar una comunicación más efectiva, ser menos arbitrario en nuestras emociones espontáneas.
Si la cuenta se nos queda en números rojos, lo que sucede antes de la ruptura de una relación, cuando hemos fallado demasiadas veces al equipo,…cada uno ponga su ejemplo. Los intereses se nos van a echar encima, la relación se convierte en una olla a presión en la que se debe tener "mucho cuidadín" de lo que se dice, nos protegemos, mentimos, nos volvemos hostiles, no toleramos ciertos comportamientos y aparecen unas relaciones en las que la política nos oculta de nuestra verdadera personalidad y comunicación.
Deberíamos realizar un balance de esas cuentas, como se hace en cualquier empresa con la contabilidad económica, y analizar en qué punto están nuestras relaciones. Si hay más en el debe o en el haber, si nuestro saldo es positivo o negativo. Poner la libreta al día a primeros (como los jubilados). Porque realizar aportaciones es relativamente fácil, si no somos muy orgullosos, lo verdaderamente difícil es obtener reintegros con la cuenta a cero.
Durante esta semana he estado reflexionando sobre ello. ¿Donde se esconde la sensación de no haber pasado el tiempo en las relaciones interrumpidas? y ¿Cómo se puede realizar una transferencia al mundo empresarial o a nuestros tratos cotidianos?
Cuando nos juntamos con la familia a la que hace mucho tiempo que no vemos (ya solamente en acontecimientos muy señalados), con amigos del colegio que hace más de 20 años que no coincidimos (… joder que mayor soy), con los compañeros de la mili (pero mayor, mayor), etc. Tenemos la sensación de retomar la relación exactamente donde la dejamos, parece que no ha pasado el tiempo. Desaparecen las capas de la cebolla que ocultan a la persona que realmente somos. Desaparece nuestra capa falsa, nos quitamos la máscara de los clichés, de lo que queremos aparentar y surge nuestro verdadero yo, lo que en esencia somos y lo que éramos cuando compartíamos experiencias. Nuestras parejas y amigos cotidianos, si están a nuestro lado cuando encontramos a esas personas con las que compartimos esos depósitos emocionales, se sorprenden al vernos tan naturales comportándonos de otra forma a la que aparentamos ser todos los días, hablando sin máscaras y comunicándonos efectivamente, no sólo sabemos lo que decimos sino lo que queremos decir.
Ahora bien, la metáfora de la "cuenta bancaria emocional" con las personas que convivimos todos los días, o en nuestros trabajos requiere de reintegros constantes. La confianza que tenemos o que necesitamos de otras personas nos hace sentirnos seguros y la seguridad nos hace no caer en las fobias que nos vigilan a diario.
Si a nuestros jefes, empleados, compañeros, pareja, hijos,…les abrimos una libreta emocional en la que domiciliamos periódicamente ingresos de amabilidad, honestidad, verdad, compromisos, lealtad, amor,... cuando la necesitemos porque nosotros mismos hemos fallado en esa misma amabilidad, lealtad, verdad,…podremos obtener reintegros. Si en esa cuenta metemos más de lo que sacamos, tendremos saldo para poder realizar una comunicación más efectiva, ser menos arbitrario en nuestras emociones espontáneas.
Si la cuenta se nos queda en números rojos, lo que sucede antes de la ruptura de una relación, cuando hemos fallado demasiadas veces al equipo,…cada uno ponga su ejemplo. Los intereses se nos van a echar encima, la relación se convierte en una olla a presión en la que se debe tener "mucho cuidadín" de lo que se dice, nos protegemos, mentimos, nos volvemos hostiles, no toleramos ciertos comportamientos y aparecen unas relaciones en las que la política nos oculta de nuestra verdadera personalidad y comunicación.
Deberíamos realizar un balance de esas cuentas, como se hace en cualquier empresa con la contabilidad económica, y analizar en qué punto están nuestras relaciones. Si hay más en el debe o en el haber, si nuestro saldo es positivo o negativo. Poner la libreta al día a primeros (como los jubilados). Porque realizar aportaciones es relativamente fácil, si no somos muy orgullosos, lo verdaderamente difícil es obtener reintegros con la cuenta a cero.
Me surgen dos reflexiones de tu escrito Jose.
ResponderEliminarLa primera es que, al contrario de lo que comentas de nuestro "yo real", yo creo que somos muchos "yos" y que acabamos siendo quienes los demás esperan que seamos. En diferentes contextos nos comportamos de diferentes maneras porque adecuamos nuestras conductas a lo que los demás esperan que hagamos (de la misma manera que esperamos que los demás se comporten de determinada manera y así lo hacen).
La segunda es que, aunque es indudable que en función de lo que damos a los demás (ingresar en tu original cuenta) esperamos recibir en proporción, yo creo mucho más en el dar porque nos apetece dar, sin esperar recibir nada a cambio o al menos sin llevar la cuenta imaginaria en la cabeza.
Por dos razones, la primera porque de esta manera pones el foco en el "yo" y no en el "tú" y eso, a largo plazo, es mucho más sano.
La segunda porque nadie, jamás, nos va a devolver exactamente lo que dimos (es más creo que cuando damos mucho a muchas personas, al final siempre recibimos muchísimo más de lo que prestamos). Y es que como digo siempre, con personas 2+2 casi nunca son 4. Bueno, casi casi ni con los bancos.
Comprendo que la metáfora de la cuenta bancaria puede darnos una explicación del refrán "manos que no dáis, ¿qué esperáis?", pero estoy de acuerdo con Félix: dar porque nos apetece.
ResponderEliminarPienso que en esto de medir la cantidad de cariño puesto en juego en una relación, cada uno tenemos una unidad de medida, y lo que para uno es algo muy importante, para otro apenas lo percibe. De ahí la dificultad de contabilizar.
De todos modos, si queremos hacer cuentas, creo que llegaremos a la misma conclusión. Por eso, debemos tomar como máxima la de tratar bien a todo el mundo.
Si hacemos cuentas (aunque no sean exactas), tal y como nosotros tratemos a las personas, así tendremos un 80% de las respuestas.
Veamos: Aproximadamente el 60% de las personas responden con un comportamiento semejante al que reciben. Otro 20%, son amables y siempre responden bien. Finalmente otro 20% son desagradables y siempre responden mal.
Elejid vosotros mismos cómo debéis comportaros.
Estando en total sintonía con Anónimo y con Félix. Propongo debate:
ResponderEliminarLa contabilidad en la empresa es necesaria y cada vez se modifican lo planes contables para adecuarlos a las circunstancias actuales y a los intangibles de las empresas. Como trabajadores por cuenta ajena o como empresarios ¿También debemos aplicar la máxima de dar sin esperar nada a cambio? Los porcentajes que comenta Anónimo también corresponden en las relaciones laborales.
Un saludo
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ResponderEliminarHola José,
ResponderEliminaryo creo que las personas somos casimáquinas de esfuerzo (con días malos, por eso lo de casi). Cuanto más produces, mejor engrasado estás y tienes más capacidad. Si no te esfuerzas cada vez es más difícil.
Está muy bien que te apetezca dar, o no dar si crees que no merece la pena. El problema es dónde ponemos el límite. En mi experiecia, estoy muy de acuerdo con Félix, la gente pone mucho acento en lo que hace y el valor que obtiene, y no tanto al revés. Respondiendo a la pregunta de debate, yo digo que sí que hay que hacer sin esperar de los demás, usando una comparación con el imperativo categórico kantiano. Sólo si te arriesgas puedes obtener ese beneficio multiplicado, es una apuesta constante, sobre todo con la gente nueva.
Mirad a vuestro alrededor....cuantos grandes amigos habéis hecho en los últimos 5 años (de esos que son parecidos a los primos de José, evidentemente compartiendo cosas diferentes). estoy por apostar que uno o ninguno. Para mucha gente, los ultimos que consideran amigos de toda la vida se encuentran en la universidad. ¿Por qué? En mi opinión es el tiempo. Y el esfuerzo. Tener ese grado de compañerismo, amistad, empatía requiere un esfuerzo constante que muchas veces no queremos pagar, porque nos han engañado poniendolo en términos de contabilidad de empresa. De ahí, el "no me pagan para eso", "en el trabajo no hay amigos", "yo separo mi vida personal de la profesional", "no desconectas", "trabajo para vivir" y todos esos modelos mentales que desde mi punto de vista nos alejan de ser felices.
Un abrazo José, gracias por la entrada.
David
Gracias por los comentarios y por esas 211 visitas. He disfrutado mucho al escribir y al ver que hay alguien al otro lado y animo a los que aún no han ofrecido su colaboración a que lo hagan, después de todo estamos hablando de dar sin esperar nada a cambio ¿no?
ResponderEliminarTampoco creo que se pueda ni se deba ser diferente en el plano personal y profesional. Para ser feliz se debe ser congruente con uno mismo siempre y en todo escenario. Si doy sin esperar nada a cambio, lo hago siempre, porque soy así.
Decía Popeye: "Soy lo que soy porque soy como soy, Popeye el Marino soy"