En el Caribe, los vientos huracanados arrasan el paisaje anualmente, y en medio del desolador paisaje que dejan a su paso, un árbol, el tabonuco, consigue resistir, año a año, siglo a siglo, el embate de los vientos.
Aquí y allá, con estoica compostura sobreviven los tabonucos. Quizá el viento se lleve sus hojas, quizá pierdan sus ramas, pero su perfil enhiesto sobrevive anclado a la tierra.
Su mecanismo de supervivencia no es visible, y se oculta bajo la tierra. Sus raíces se unen en grupos de 15 ó 20 árboles, formando un anclaje perfecto para resistir la adversidad de las tormentas tropicales que amenazan su existencia.
A través de estas raíces entrelazadas, forman una red para captar nutrientes. En esta red de codependencia, cada tabonuco tiene una vida independiente, autónoma, al mismo tiempo que aporta y recibe de la comunidad a la que pertenece.
A estas competencias transversales, se añade su utilidad a las gentes de su entorno, pues su resina es utilizada para hacer antorchas, para calafatear las tablazones de los barcos, y también, para producir incienso destinado a celebraciones religiosas. Todo un ejemplo de versatilidad y polivalencia.
Una vez más, la naturaleza nos ofrece una lección de vida. Esta fascinante estrategia evolutiva es fácilmente extrapolable a las relaciones humanas, y al trabajo en equipo, con el fin de obtener resultados más allá de la suma del trabajo individual y autónomo de distintas personas, afrontando las dificultades y los retos de manera cooperativa.
Realmente me ha fascinado esta estrategia de los tabonucos, sobre todo al ponerla en relación con una experiencia profesional en la que ahora estoy comprometida. El proyecto está formado por un equipo de personas, que toma las riendas de su destino laboral de manera cooperativa, en la búsqueda de su inserción en el mercado laboral. En estos vientos huracanados de la situación económica, con altas cotas de desempleo, este proyecto consigue sacar lo mejor de sus participantes, que se constituyen en un equipo multidisciplinar de 15 ó 20 personas, coordinadas por un coach. Estos equipos de trabajo logran generar un conocimiento colectivo, en aras del objetivo común e individual de la empleabilidad de sus integrantes.
Y como los tabonucos, crean una red de nutrientes, cada participante aportando sus conocimientos y habilidades personales, para retroalimentarse y fortalecerse dentro del equipo, haciendo frente común frente a los vientos, ciclones y tornados del desempleo, y de una situación económica que necesita del empuje de la sociedad, generando a su vez sinergias que cada persona recoge de manera individual, y pone a disposición de los posibles y potenciales empleadores, o desarrolla a través de ideas de emprendimiento.
Proactividad, compromiso, motivación, solidaridad, marca personal, habilidades sociales, inteligencia emocional, trabajo en equipo, comunicación y creatividad son algunas de las competencias transversales, que entrenan y desarrollan, con el objetivo de mejorar su posición en el mercado laboral. Competencias que, añadidas de su perfil profesional, son altamente apreciadas y requeridas.
Aquí y allá, con estoica compostura sobreviven los tabonucos. Quizá el viento se lleve sus hojas, quizá pierdan sus ramas, pero su perfil enhiesto sobrevive anclado a la tierra.
Su mecanismo de supervivencia no es visible, y se oculta bajo la tierra. Sus raíces se unen en grupos de 15 ó 20 árboles, formando un anclaje perfecto para resistir la adversidad de las tormentas tropicales que amenazan su existencia.
A través de estas raíces entrelazadas, forman una red para captar nutrientes. En esta red de codependencia, cada tabonuco tiene una vida independiente, autónoma, al mismo tiempo que aporta y recibe de la comunidad a la que pertenece.
A estas competencias transversales, se añade su utilidad a las gentes de su entorno, pues su resina es utilizada para hacer antorchas, para calafatear las tablazones de los barcos, y también, para producir incienso destinado a celebraciones religiosas. Todo un ejemplo de versatilidad y polivalencia.
Una vez más, la naturaleza nos ofrece una lección de vida. Esta fascinante estrategia evolutiva es fácilmente extrapolable a las relaciones humanas, y al trabajo en equipo, con el fin de obtener resultados más allá de la suma del trabajo individual y autónomo de distintas personas, afrontando las dificultades y los retos de manera cooperativa.
Realmente me ha fascinado esta estrategia de los tabonucos, sobre todo al ponerla en relación con una experiencia profesional en la que ahora estoy comprometida. El proyecto está formado por un equipo de personas, que toma las riendas de su destino laboral de manera cooperativa, en la búsqueda de su inserción en el mercado laboral. En estos vientos huracanados de la situación económica, con altas cotas de desempleo, este proyecto consigue sacar lo mejor de sus participantes, que se constituyen en un equipo multidisciplinar de 15 ó 20 personas, coordinadas por un coach. Estos equipos de trabajo logran generar un conocimiento colectivo, en aras del objetivo común e individual de la empleabilidad de sus integrantes.
Y como los tabonucos, crean una red de nutrientes, cada participante aportando sus conocimientos y habilidades personales, para retroalimentarse y fortalecerse dentro del equipo, haciendo frente común frente a los vientos, ciclones y tornados del desempleo, y de una situación económica que necesita del empuje de la sociedad, generando a su vez sinergias que cada persona recoge de manera individual, y pone a disposición de los posibles y potenciales empleadores, o desarrolla a través de ideas de emprendimiento.
Proactividad, compromiso, motivación, solidaridad, marca personal, habilidades sociales, inteligencia emocional, trabajo en equipo, comunicación y creatividad son algunas de las competencias transversales, que entrenan y desarrollan, con el objetivo de mejorar su posición en el mercado laboral. Competencias que, añadidas de su perfil profesional, son altamente apreciadas y requeridas.