“Todo es distinto, todo es lo
mismo”
Proverbio zen
Actualmente oímos repetidamente
que todo cambia muy rápidamente y que tenemos que estar dispuestos para el
cambio. Lo que parece un imperativo a moverse, a actualizarse, a salir de
nuestra zona de comodidad, no deja de ser el antiguo lema de “renovarse o
morir”.
Nos hablan de cambio, ¿No ha sido
sino el cambio lo que siempre ha movido al mundo? ¿No cambiaron las cosas con
la máquina de vapor o con la invención de la imprenta?. ¿No cambiaron las cosas
cuando empezaron a aparecer los primeros bancos en la Europa del Renacimiento?
Personalmente, no creo que ninguna época de la historia haya sido mas lenta que
la actual ni que haya sido menos demandante respecto al cambio. Las cosas
tienden a parecer distintas en cada momento, pero en esencia no deja de ser lo
mismo. Somos y todo es lo mismo continuamente, únicamente cambiando de aspecto externo.
En la sociedad española de hace
unos años, se ha visto como un valor en alza el tema del inmovilismo, un
inmovilismo que se pensaba que traería la felicidad. Los altos porcentajes de
estudiantes y de personas que querían ser funcionarios lo atestiguaban: “Dame
un salario bajo o medio (en la mayoría de los casos) pero tranquilidad y poca
presión laboral”. Ése era el sueño.
A día de hoy las encuestas de
satisfacción laboral dentro de los funcionarios no creo que reflejen esa
felicidad que los funcionarios soñaban en su época de estudiantes. Quizás tenga
la seguridad de un sueldo, pero me aventuro a decir, que pocos verán la satisfacción laboral del trabajo
reconocido, de la retribución según su trabajo, de conseguir logros medibles o
de desarrollarse profesional y efectivamente..
Personalmente no conozco a ningún
funcionario feliz y satisfecho en su trabajo, a no ser que se trate de esos
individuos que están satisfechos con su vida por naturaleza. Aunque sea siete
horas al día en jornada continua, no deja de ser casi la mitad del tiempo que
lunes a viernes están despiertos. Quejas generales como el sueldo, la falta de
desarrollo o actualización profesional o las desigualdades dentro del entorno
funcionarial hacen que el paraíso soñado del funcionariado no sea como tal.
Por no hablar la pérdida de
talento que supone para el tejido
empresarial del país, la pérdida de personas con unos perfiles muy brillantes y
talento, que sin lugar a dudas en el
ámbito privado se hubieran desarrollado mucho mejor tanto a nivel personal como a nivel económico
nacional.
Por lo tanto, una vez probado que
el inmovilismo no da la felicidad laboral..¿Qué la da entonces?
Salvo casos excepcionales, la
felicidad laboral, además de los factores llamados higiénicos, lo da el desarrollo de un trabajo en el que
nos sintamos por un lado integrados en un grupo en el que haya una armonía real y por otro lado lo da el
desempeño de una labor coherente y productiva que sea reconocida en su justa
medida y apreciada por el propio individuo que la desarrolla.
Esto desde luego no se puede hacer
en un entorno inmovilista, no se puede por la propia dinámica del trabajo. Y
vista así, el trabajador no percibe el movimiento y cambio como algo arduo o incomodo sino como un bastión mas a tener en cuenta. Es
decir, el cambio nos ayuda, nos impulsa a hacer las cosas mejor, nos motiva y
nos entusiasma.
El movimiento no hay que verlo
como un factor que solventar. Me tengo que mover porque me lo dicen, porque me lo pide el
mercado..., si no como un factor agradable del trabajo. Me muevo, aprendo, me
actualizo porque va dentro de mi ser, quiero aprender, quiero avanzar, quiero
mejorar mi trabajo, en definitiva: quiero jugar a este juego llamado trabajo.
Hay que inculcar eso a los trabajadores. Y que el no tenga ese aprecio, que se
mueva en otra dirección. Si no te puedes mover hacia adelante o no quieres,
mueve hacia los lados...pero no te quedes quieto.
El cambio es bueno. Adaptarse es
otra forma mas de nuestra vida. El cerebro que no se mueve es porque esta
muerto. Si no, cambia continuamente de forma. El cambio es necesario y no ayuda
a vivir, a vivir emocionados, a vivir expectantes. El miedo al cambio es el que
hay que desterrar. En definitiva el miedo al cambio es el miedo a fracaso.
Y el fracaso no es otra parte más
del éxito y viceversa. Los fracasos vienen de los éxitos y los éxitos de los
fracasos. Lo que debemos cambiar es el culto al inmovilismo, al no hacer por
miedo, por pereza, por temor. Hagamos con ilusión y motivación. Soltemos los lastres a tiempo que nos impiden
continuar y fluyamos en todos los sentidos a lo largo de nuestra vida. La
compasión mal entendida y las excusas no sirve de nada porque a la larga
redunda en nuestro perjuicio. Usemos el sentido común. Que no nos agobien con
la necesidad del cambio, porque el cambio es vida.