jueves, 11 de julio de 2013

SE NOS ROMPIÓ EL AMOR por ERIKA CEMBRANOS

Leo sobre motivación, sobre implicación, sobre los factores que nos hacen dar el 120% a un equipo, a una empresa, listas enteras de lo que nos hace quedarnos o irnos… Y me doy cuenta de que, al final, es todo una cuestión de valores.
Si compartimos los valores de nuestros jefes, las decisiones que estos tomen nos parecerán adecuadas, sentiremos que aportamos y que construimos y daremos lo mejor de nosotros mismos para conseguir sus objetivos, que serán también los nuestros.

Si por el contrario, este alineamiento entre los valores de aquellos que nos marcan el paso y los nuestros no se produce, antes o después llegará el conflicto.

Los principios podrán ser bonitos. A todos nos motivan los retos, nos gusta aprender y crecer como profesionales. Formar parte de un nuevo equipo, mostrar lo que somos capaces de hacer y absorber todas las novedades, disfrutar de nuevos estímulos… Al principio siempre hay chispa. Al principio todos (o casi todos) nos enamoramos.

Pero el tiempo pasa, la ilusión inicial se pierde y la convivencia es dura. Hace mella. Es el momento de confiar en el otro, confiar en aquel que decide hacia donde hay que remar. Y si esa decisión se toma bajo valores que no son los nuestros, surgirá una disyuntiva: ¿remamos en la dirección en que nos dicen que lo hagamos (remamos por un compromiso adquirido en el pasado, por dinero o costumbre) o lo hacemos hacia donde nuestro instinto nos dice que debemos ir?

No hay una respuesta adecuada. Una nos lleva a la apatía y la desmotivación, a la tensión de ver como la distancia entre lo que tenemos y lo que queremos cada vez es mayor. Y la otra, a remar contracorriente. A enfrentarnos a quien una vez quisimos.  

Así es la vida. Los valores son lo que queda. Lo que nos distingue a unos de otros, nos hace diferentes. Lo que condiciona nuestras decisiones y nuestro futuro. Solo hay que ser consecuente con ellos. Y asumir que a veces, el amor se rompe de tanto usarlo.

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