Hace unas semanas, una importante superficie comercial dedicada a la agroalimentación, entre otras cosas, echó el cierre en nuestra ciudad. No sé si muchos conocerán un poco la historia de esta compañía y la forma de hacer y actuar de esta cooperativa, así que pasaré a comentar tan solo un par de aspectos que me llamaron, desde un principio la atención, a la hora de buscar información, para la elaboración de un trabajo en mis años de facultad.
La primera es la siguiente; los socios consumidores y los socios trabajadores de esta compañía participan, de forma paritaria, en el órgano de gobierno; de esta forma intervienen en la dirección y gestión de la cooperativa, es decir, su opinión cuenta a la hora de tomar decisiones importantes. Cada cuatro años se renueva este órgano de gobierno y además, cada trabajador tiene derecho a votar en la asamblea general.
La segunda fue, que los beneficios obtenidos cada año por la cooperativa, se reinvierten de nuevo en ella, destinando un 10% a su fundación, cuyas líneas de actuación va encaminadas a la información del consumidor, al desarrollo sostenible, a la innovación e iniciativas sociales.
Después de habernos puesto un poco en situación, paso a reflexionar un poco sobre esta cooperativa a la que he de decir, que acudía más que nada por su proximidad a mi hogar, pero que una vez allí siempre tuve la oportunidad de observar evidencias que guardan coherencia con el modelo de negocio y los aspectos previamente comentados.
La figura del cliente ha evolucionado a lo largo de la historia. Creo que ha ido adquiriendo progresivamente más poder de negociación a lo largo de los años. Este hecho, creo que es muy valioso, pues nos da la oportunidad de poder moldear y dirigir la sociedad, en la dirección que marquemos. Coger el mando del timón implica una responsabilidad, y por tanto, los clientes tenemos el deber de la responsabilidad de saber cómo desarrollamos nuestro rol como cliente. Así pues, es importante conocer de quién nos hacemos clientes y qué decisiones tomamos como clientes, ya que esto conlleva hacernos partícipes automáticamente de la compañía, transfiriendo directamente nuestro valor añadido. Y sí, digo nuestro. No se nos olvide esto último, nunca.
¿Dónde te gustaría que se dirigiese ese valor añadido? A mí personalmente, me gustaría que se dirigiese, y sobre todo, guardase coherencia con los principios y valores con los que uno piensa y actúa, pero fundamentalmente, allá donde vaya, uno sepa o tenga consciencia donde va a ir a parar. Además, hay que tener en cuenta un aspecto importante; las compañías siempre van a operar en función de las normas previamente establecidas por nosotros; es ahí donde entra nuestro deber de la responsabilidad, teniendo el poder y la capacidad de establecer nuestras reglas del juego, lo que vale y lo que no, ¿de acuerdo?. A partir de aquí, las compañías alinean sus ventajas y estrategias competitivas en función de los objetivos que hayamos marcado y canalizan nuestro valor añadido en la dirección que hayamos marcado antes de iniciar la ruta.
Para ir terminando, decir que no es necesaria llevar a cabo una revolución. Entiendo que es más fácil aterrizar todo esto y hacerse con el timón del que hablamos antes. Basta con ser responsable de los actos de uno mismo en la medida de sus posibilidades; y que os quede bien claro que en nuestras manos está aquél concepto de VALOR AÑADIDO con el que nos bombardean a diario y que parece que no va con nosotros pero… que es NUESTRO.
¿Y TÚ, DE QUÉ FORMA GENERAS VALOR AÑADIDO? ¿A QUIÉN O A DÓNDE LO QUIERES DESTINAR?
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