domingo, 2 de octubre de 2016

“Tempus fugit” por José Herrador


“Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo la vida de otro,… Vive tu propia vida. Todo lo demás es secundario.”
-Steve Jobs (1955-2011)

Se nos terminan las llamadas vacaciones de verano, que no el verano. Estamos en el veranillo de San Miguel.  El tiempo se nos escurre de las manos, como si de una anguila se tratara,  sin apenas darnos cuenta. Esto me sumerge en una angustiosa melancolía ante la impotencia de no controlar esta dinámica inevitable y necesaria. Todo es efímero y cambiante. Los últimos días están transcurriendo con mayor rapidez. Bergson dice que el tiempo es pura duración subjetiva. Lo que cuenta no son las horas que marcan los relojes sino la intensidad de lo que vivimos. En el film del “Séptimo sello” me impactó una imagen de un reloj de estación sin agujas que indicasen la hora.

Ser consciente de esto comporta también nuestro proceso de madurez aceptando esta realidad e integrándola en nuestro modo de vida: Cambiar para vivir, cambiar para morir. Esto me recuerda la frase de un frontispicio en un edificio que no recuerdo: Desde el momento que nacemos empezamos a morir.
“Carpe diem” nos dicen en el Club de los Poetas Muertos. Aprovecha el instante. No hay otra opción que aprovechar los minutos como si fueran eternos. Hace unos días sentado en un jardín contemplaba cómo el cielo se teñía de rojo refulgiendo en las ventanas de los edificios colindantes. Tuve una sensación de paz que me hizo olvidar los conflictos y sinsabores cotidianos.
Septiembre parece no terminar nunca. Sin embargo se inicia ya un ajetreo extraño e inquietante, similar al de las aves migratorias: La vuelta al cole, la vuelta a la escuela, la vuelta a la “UNI”, la vuelta a nuestra actividad cotidiana, la vuelta al trabajo y a las obligaciones que todos tenemos.
El tiempo es trinitario, es decir, cuando hablamos de tiempo podemos referirnos al pasado, al futuro o al presente. En cada uno de nosotros tiene un peso diferente cada una de estas dimensiones y, además, ha tenido otro si nos remontamos a hace unos años y tendrá otro distinto cuando avancemos en edad.

Cuando hablamos de inmadurez (y podemos referirnos a una etapa biológica concreta como es la niñez), el tiempo que predomina es EL PRESENTE. Para un niño no hay más que el presente pues casi no tiene pasado y el futuro... lo ve demasiado lejano como para ser tenido en cuenta.

Para un anciano, casi sólo cuenta EL PASADO que lo convierte en muchas ocasiones en su presente. Su presente puede estar determinado por el pasado vivido. ¿Futuro? Ni la edad biológica ni la mental suelen favorecer el establecimiento de planes futuros.

Para un adulto, que suele coincidir con la edad adulta biológica pero no exclusivamente, el tiempo que le importa es el aquí y ahora, es decir EL PRESENTE, pero habiendo obtenido aprendizajes a través de la experiencia, es decir, EL PASADO, y proyectándose con planes y proyectos personales hacia EL FUTURO. Esto es madurez.

Podría suceder que a pesar de estar en el aquí y ahora, bajo las formas del equilibrio homeostático, pareciendo que hay un planteamiento adulto del presente no sea más que un puro espejismo. Esto puede suceder cuando el pasado en vez de significar experiencia positiva por su aprendizaje, significa nostalgia, o resentimiento, o culpa, o frustración, o miedo... y, o cuando el futuro en vez de mirarle como posibilidad de desarrollar planes personales, afrontándole con confianza, se le percibe como algo inalcanzable, con ansiedad, con preocupaciones.

Solo al final de la vida (o de un período) se conoce la verdadera conexión de los actos, producciones y obras, su exacta consecuencia y encadenamiento y hasta su valor. Al final de cada etapa o principios de un nuevo curso, es útil evaluar los procesos o eventos pasados. Las conclusiones de esta evaluación nos llevarán a descubrir en qué forma somos felices, a mejorar o corregir las derivas de nuestros proyectos.